martes, 24 de agosto de 2021

¿En qué momento nos olvidamos de ser padres para convertirnos en abuelos?

Desde que fui madre hace casi cuatro años, parece que no sé escribir de otro tema y que sólo lo hago para desahogarme... Es así, y lo siento, pero realmente lo necesito. Espero que al menos mis palabras encuentren un lector o lectora que, tras leerlas, se sienta menos solo en el mundo.

No puedo más, de verdad, y no quiero hacer daño a nadie con mis palabras, pero necesito soltarlas o me voy a volver loca. He tenido una vida dura, sobre todo la infancia y la adolescencia, y lo único que siempre he querido es ser madre. No me importa la carrera, ni el máster, ni el trabajo, ni la casa... Nada de lo que he conseguido en mi vida es comparable para mí. Casi diría que para mí ser madre era más que un deseo; era mi razón para vivir.

Entonces, si éste es MI momento, ¿por qué no voy a poder disfrutarlo? ¿por qué me tengo que pasar toda la vida poniendo a los demás por delante? Ya está bien, ¿no? Digo yo que en algún momento me tocará ser feliz.

Y vosotros diréis, pero ¿qué te lo impide? ¿por qué no eres feliz? Y lo más duro de todo es que la respuesta está en las personas que supuestamente más te quieren en el mundo, a mí o a mi marido: los abuelos de mis hijas.

Mira que lo he pasado mal con la (fallida) lactancia, pero eso sólo fue una época; luego llegó el biberón y vi la luz. Pero los abuelos siguen ahí, y cuatro años después, siguen los mismos problemas del primer día: no escuchan y no respetan.

Y pienso, ¿será algo que sólo pasa en mi familia? Pero no, me atrevería a decir que es algo que sufrimos la mayoría de padres, que incluso nuestros padres sufrieron en su día... Entonces, ¿cómo es posible? ¿en qué momento nos olvidamos de ser padres para convertirnos en abuelos?

Si algo he aprendido como madre es ese amor infinito e incondicional que se siente por los hijos. Y, por una parte, eso me ha hecho entender mejor a mi padre y suegros y saber lo que pueden sentir, lo duro que tuvo que ser el día que nos fuimos de casa o cuando dijimos que ya no queríamos más besos ni abrazos... Pero por otra, me lleva a desesperarme cuando veo su comportamiento con sus nietas y cómo se pasan por alto todos nuestros deseos y peticiones... ¿por qué han dejado de respetarnos? Sus nietas son sus nietas, pero nosotros somos sus hijos. Y lo estamos pasando mal. Y lo más duro de la paternidad está siendo lidiar con ellos.

Yo no quiero ser así. Quiero apuntar esto aquí y que perdure en mi memoria, porque no quiero fastidiar a mis hijas dentro de 30 años cuando ellas sean madres y sea su momento de decidir cómo quieren criar a sus hijos. Esa decisión es suya, no mía, y yo tendré que respetarla. Con lo que yo quiero a mis hijas, de verdad que no me imagino poniéndoles la zancadilla. Convirtiéndome yo en la buena, la que da los caprichos, la que malcría y la que se queda con todos los momentos divertidos mientras ellas tienen que echar un paso atrás y ser las "ogras".

Porque parece que ése es el papel que me queda a mí estos días. Parece que lo único que sé hacer es reñir a mi hija y que no voy a poder enseñarle ni a patinar, ni a montar en bici ni a nadar. Que sus abuelos tienen que ser las estrellas del rock mientras yo me gano que no me dirija la palabra. Mientras veo que, cuando pasa tiempo con ellos, se convierte en una niña dependiente, desobediente, mimada y básicamente imbécil. Una niña que casi diría que me cae mal. Que no es la niña que quiero criar. Y me genera una impotencia tremenda porque no sé cómo salir de esta situación.

Mi marido y yo hemos organizado toda nuestra vida para poder criar a nuestras hijas: trabajo, casa, tiempo libre... Y estamos felices de que sea así. Queremos educarlas nosotros. No necesitamos que los abuelos nos las (mal)críen; de hecho, estaríamos mucho más a gusto en nuestra casa. Y, sin embargo, todas las vacaciones hacemos el esfuerzo de pasar tiempo con ellos, sólo para convertirnos en meros espectadores que casi tienen que pedir permiso para pasar 5 minutos con ellas.

Pues ya estoy harta, ya no puedo más. O te comportas como un abuelo/a "de diario" y eres parte de su educación, lo que implica trabajar en su independencia, reñirlas si es necesario, no darle capricho tras capricho... en definitiva, respetar las decisiones que hemos tomado sus padres, o tendrás que ser un abuelo/a que las vea 3 veces al año, porque todo no se puede tener.

No puedo con la frasecita "os creéis que son vuestras, cuando son de todos". Pues perdona pero creo que no estabais ahí el día que las engendramos, ni dentro de mi barriga ni el día que me rajaron para sacarlas... No veo dónde tenéis la cicatriz, ni las grietas en los pezones, ni la falta de sueño, ni la (casi) depresión post-parto. Para empezar, ningún ser humano es posesión de nadie, ni de sus padres, pero pretender ponernos a todos al mismo nivel...

Y cuando ya oigo el genial "los niños saben distinguir perfectamente cómo comportarse con unos y con otros". Ah, claro, porque yo tengo que convertirme en un puto ogro que sólo sabe reñir, que no puede concederle ni un solo capricho ni apenas hacerle regalos. Tengo que dejaros todas las satisfacciones a vosotros y llevarme yo toda la mierda. Y vosotros sólo veis el rato que estáis delante, pero no veis el daño que causáis después. No es cierto, no es verdad que los niños lo distingan tan bien. Es sistemático: las niñas pasan unos días con los abuelos y después no hay quien las aguante. Ya no quieren vestirse solas, no pueden desayunar o merendar sin que alguien les lea un cuento o les ponga la tele, quieren estar todo el día en brazos... y están más irascibles, gruñonas y desobedientes.

Pero vosotros eso no lo veis. Las dos semanas que me cuesta a mí "enderezarlas" y volver a meterlas en rutina y que estén tranquilas y bien para que vengáis a tirarlo por tierra dentro de unos días... Eso no lo veis.

Pues ojalá lo vierais. Ojalá nos escucharais cuando intentamos decíroslo. Ojalá respetarais nuestra manera de educar. Ojalá os pusierais en nuestro lugar, como nosotros lo hacemos en el vuestro. Ojalá dejarais de haceros las víctimas y de chantajearnos para pasar tiempo con vuestras nietas a costa de dejarnos a nosotros fuera. Ojalá os acordarais de que, antes de ser sus abuelos, sois nuestros padres.