jueves, 9 de febrero de 2012

¿Y por qué no?

Ordenando antiguos correos, me he encontrado esto que escribí el verano pasado, un día que, por lo que sea, estaba inspirada. Es largo, cierto, pero al releerlo ahora, al menos a mí me ha servido como una inyección de energía positiva. Así que lo comparto. Con que le guste a alguien, ya habrá servido :)


Yo no creo en el destino, pero creo que a veces la vida te da lo que necesitas. Muchas veces el tema está en saber reconocer las señales, en identificar qué es lo que necesitas y saber aprovecharlo cuando llega.

Quizás lo que yo diría es que la vida se compone de una serie de acontecimientos que ocurren como consecuencia de una serie de causas y de casualidades. Hay una parte aleatoria que no controlamos, pero también hay una gran parte que se ve venir y sobre la que podemos actuar y podemos predecir. Así somos menos vulnerables.

La parte aleatoria unas veces será para mal y otras para bien, eso realmente no importa. Lo que importa es saber sacar las conclusiones adecuadas y darse cuenta de que, al final, caiga de donde caiga la moneda, podemos ir redirigiendo nuestros pasos y elegir el camino que nos lleve a donde queremos.

Y lo bonito es precisamente eso, ir diseñando el camino, ir reconduciendo nuestras decisiones. Tomar esas decisiones. Y saber vivir después con ellas. A veces serán acertadas y a veces equivocadas, pero siempre se puede obtener beneficio de ellas. De hecho se aprende mucho más de un fallo que de un acierto. Y ese aprendizaje ya lo llevas en el equipaje, eso nadie te lo puede quitar.

Está bien tener cosas, poseer conocimientos, pero está muchísimo mejor saber cómo conseguirlas, dónde tienes que buscar o a quién tienes que preguntar. Si realmente quieres hacerle un favor a alguien, nunca le resuelvas el problema, enséñale a buscar él mismo la solución.

Y sí, ya sé que todo esto suena muy bonito, pero es difícil de aplicar. Lo sé. Eso no quiere decir que no se pueda. Si algo he descubierto en mi corta experiencia en la vida es que somos capaces de hacer mucho más de lo que creemos. Todos. Se puede ser más alto o más bajo, más guapo o más feo, pero lo que siempre se tiene es instinto de supervivencia. Estamos hechos así. Y no vale la excusa de “yo no tengo fuerza de voluntad”. La fuerza de voluntad no es algo que se aprenda, no es una capacidad o una habilidad, es una actitud. Y una actitud es algo que todos tenemos o podemos tener.

Y aquí no vale refugiarse en la excusa de que “por mucho que yo quiera, nunca seré atleta de élite porque no nací con capacidad para ello”. En el caso de una actitud, el “por mucho que yo quiera” es lo que importa. Tienes que querer. Y si quieres, puedes.

Lo malo es que nos pasamos la vida buscando excusas, es más fácil echarle la culpa a otro que a uno mismo. Bueno, mejor que culpa, responsabilidad. Que tampoco está bien esa moral del sufrimiento. Ya basta de sentirse culpables… ¿por qué? ¿por ser humanos? ¿por cometer errores? Es como si una flor se sintiera culpable por tener polen y que afecte a los alérgicos. Ridículo, ¿no? Pues en nuestro caso es igual. No hay que sentirse culpables por ser torpes o por no haber hecho algo bien hasta ahora. Hay que pensar que somos responsables de nuestros actos y de modificar nuestras conductas y actitudes. Identificar qué es lo que no nos gusta, qué podríamos mejorar y cambiarlo.

En mi caso, llevo toda la vida sintiéndome culpable por ser gorda. ¿Por qué? ¿Por qué la sociedad tiene que hacerme sentir así? O mejor dicho aún: ¿Por qué tengo que consentir que me hagan sentir así? Yo no tengo la culpa de tener un cierto metabolismo. Igual que otras personas no tienen la culpa de que no se les den bien las matemáticas. Lo que sí tengo que hacer es asumir la realidad ya de una vez. De nada sirve que me siga quejando de que nací gorda y de que tengo un metabolismo que no me permite comer lo que quiera y no engordar. Eso no lo puedo cambiar. Pero puedo cambiar mi actitud. Otras ventajas tendré, otras cosas en la vida me habrán venido regaladas. Ésta no, pues bueno, tendré que esforzarme más. ¿Que para otras personas es mucho más fácil? Sí, es cierto, hay gente que no ha tenido que hacer dieta en su vida. Pero veremos dentro de unos años quiénes son los que realmente tienen “ventaja”. ¿Los que no se han cuidado en su vida? ¿o aquéllos a quienes su metabolismo les ha obligado a cuidarse desde siempre?

En cada situación que encontremos hay una oportunidad de aprender, mejorar y, sobre todo, ser felices. Porque la felicidad no está en los acontecimientos ni en las casualidades de la vida, sino en nuestra actitud frente a ella. Hay tantas cosas por las que emocionarse como por las que entristecerse. Lo que pasa es que nos han educado en la culpabilidad y en buscar siempre la parte mala de las cosas, la desconfianza y el miedo. Y cuando alguien te ve positivo, parece que incluso le molesta. Lo primero que piensan de ti si te ven emocionarte es que eres tonto.

¿Entonces es que las personas inteligentes no pueden ser felices? Para mí que en ese caso es que no son tan inteligentes… Está claro que si miras la vida en su conjunto, las desgracias y catástrofes que ocurren, te hundes. Pero si aprendes (sí, ¡aprendes!) a emocionarte por cada pequeño detalle, puedes ir construyendo una vida feliz a base de pequeñas dosis (¡muchas cosas pequeñas juntas hacen una grande!).

Y no es malo ser optimista, no le estás haciendo ningún daño al mundo por ser feliz. Parece que si te alegras por tonterías, estás “desmereciendo” los problemas de los demás. ¿Por qué narices nos han enseñado eso? ¡Menuda tontería! Los problemas van a estar ahí, queramos o no. Tratar de ser felices no es ignorarlos ni desmerecerlos, es aprender a vivir con ellos. Las cosas se sobrellevan mejor cuando uno es feliz. Y la felicidad se contagia. ¿No será entonces mejor enfrentarse al mundo con una sonrisa? ¿No será mejor hacerles las cosas más fáciles a los demás en lugar de compadecerlos?

Además, las cosas no se perciben igual cuando uno está contento y cuando está triste. Aquello de “al perro flaco todo se le vuelven pulgas” es completamente cierto. Porque cuando estamos mal buscamos problemas donde no los hay, dejamos que nos afecten cosas que en otros momentos no nos afectarían. Como dice el principio de incertidumbre de Heisenberg, “el observador, por el mero hecho de observar, ya altera la realidad que percibe”. Eso quiere decir que no vemos las cosas como son, sino que cada uno les aporta una dosis de subjetividad. Y esa subjetividad depende de muchas cosas: de cómo eres, cómo te han educado, pero, sobre todo, de qué sientes. Y lo que sentimos depende de la actitud que tomemos ante la vida.

Yo elijo ilusionarme por cada tontería, plantearme retos y luchar por ellos, no tener miedo de arriesgar… pensar simplemente ¿y por qué no?