domingo, 6 de febrero de 2011

Al pan, pan y al vino, vino

La vida está llena de momentos malos. Acontecimientos indeseables, injustos, que ojalá no estuvieran ahí, pero que son inevitables. Algunas veces los causarán otras personas y otras veces será la naturaleza la que se rebele contra nosotros, ya sea en forma de catástrofes o enfermedades. Repito: ojalá no fuera así, pero entonces, a lo mejor, tampoco tendrían sentido las cosas buenas.

Ahora, sabiendo esto, tenemos dos opciones: aceptar la realidad, enfrentarnos al dolor y tratar de vivir con él de la mejor forma posible o fingir que no ocurre nada y construir muros de plastilina y palabras de vainilla para evitar afrontar que la infancia se acaba y que no se puede vivir eternamente en la casita de muñecas.

Yo, personalmente, elijo la primera. Y si puede ser añadiendo grandes dosis de humor, todavía mejor. No creo que intentar reírse de situaciones dramáticas sea menospreciar el sufrimiento ajeno o faltar al respeto. Igual que las palabras en sí no tienen por qué ser insultantes. Todo depende de las connotaciones que se le quieran dar por parte de ambos interlocutores. Todo depende de las buenas o malas intenciones tanto del que habla como del que escucha.

"Gordo" no es un insulto. No hace falta recurrir al estúpido eufemismo "gordito" o "fuerte". Al pan, pan y al vino, vino. No hay que ofenderse porque alguien llame a las cosas por su nombre. Hay que ofenderse si lo hace con mala intención. No digo que no existan las palabrotas, pero es que, al ritmo que vamos, la simplicidad de designar algo con una sola palabra va a desaparecer por considerarse "políticamente incorrecto"... No digas "ciego" ni "sordo", di "persona con una deficiencia visual" (o auditiva), no digas "negro", di "persona de color" o "negrito"... Para mí, esa "necesidad" de tener que recurrir a otros términos es lo que constituye realmente un insulto. Ser ciego, sordo, gordo o negro no es malo y evitar esos términos hace que lo parezca.

El mero hecho de rebautizar las cosas no cambia su naturaleza.

Llega un punto en el que se hace cansado hablar o contar chistes porque te pasas el día hiriendo sensibilidades. Ya está bien. Todos sufrimos, todos pasamos o hemos pasado experiencias malas que no queremos recordar. Pero lo que hay que hacer es intentar sacudirles de encima el dramatismo, "normalizarlas", no sacarle puntilla a todo y hurgar más en la herida.

Si queréis, todo lo que he escrito se puede malinterpretar. Se me puede considerar irrespetuosa por meter en la misma frase "ciego", "gordo" o "negro" porque no son conceptos comparables. Entiéndase que estoy hablando de eufemismos y no pretendo ir más allá. Después de lo visto con Vigalondo, parece ser que hay que aclarar las cosas.

Menos el chabacano, todos los tipos de humor me parecen estupendos. Incluso aunque yo sea de alguna forma la víctima del chiste. Hay que superar las cosas y ser el primero el reírse de ellas. Y hay que saber entender cuándo algo se dice de broma. Está claro que siempre hay límites, que también uno puede sentirse ofendido por comentarios ajenos, pero intentemos no estar siempre buscándole tres pies al gato.

En general, yo diría que no hay que quedarse sólo con la punta del iceberg, debajo del mar hay una parte oculta que también hay que analizar... La interpretación de un comentario depende de muchos factores. No nos quedemos, por tanto, sólo con el comentario; quedémonos también con los factores.